Reich
Llevaba cinco horas enfrascada en una novela romántica con mucho picante que estaba de lo más interesante. No había manera de parar de leer. Fue el maldito telefonillo el que me obligó a buscar un marcapáginas. No había ninguno. Me quité el calcetín y lo puse sobre la página derecha que iba a comenzar.
—¿Diga?
—Soy yo, Reich, Rober.
Apreté el botón frunciendo el ceño. Era la primera vez que venía a mi casa y no puedo negar que se me colocó una maraña de nervios en el estómago. El tema debía de ser serio.
—¿A qué debo este honor?
Me dio dos besos y sonrió momentáneamente.
—Necesito hablar contigo.
—Uy, cómo suena eso. Pasa y toma asiento donde quieras. —Se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla que retiró de la mesa para sentarse. Apoyó los brazos sobre las piernas—. Te veo preocupado.
—Lo estoy. ¿Qué se sabe del interrogatorio de Lola?
—Nada, no tardarán en citarla los compañeros. El juicio va para largo.
—¿Se la va a interrogar en calidad de testigo o investigada?
Fruncí el ceño.
—Según la información que tengo, de testigo. ¿Por?
—Ella… Quítate el uniforme para lo siguiente que te voy a decir.
—No me lo he puesto todavía, Rober, parece mentira…
—Ella sabe cosas, muchas. Él se lo contó todo…
—Y tienes miedo de que le salpique… —Asintió.
—Le he pedido que se case conmigo.
—¡¿Cómo?! ¡¿Sí?! —Su gesto se iluminó con una enorme sonrisa—. ¿De verdad?, ¿ha dicho que sí?
—Sí.
—¡Aaaaaah! —grité de la emoción. Me abalancé sobre él, le abracé fuerte y repartí besos por toda su cara—. ¡Me encanta! ¡Enhorabuena! ¡Ay!, ¡que nos vamos de bodaaaa! —canturreé—. ¡Olé, olé y olé! Ay, que te casas. ¡Bodorrio! —Di palmas. Sus ojos de pronto brillaron acompañando a su sonrisa—. ¿Aquí?
—Sevilla, lo ha propuesto ella.
—¡Bien! Tu madre va a ser la mujer más feliz del mundo.
—Lo sé. —Su rostro volvió a ensombrecerse.
—Rober, no tengo más datos, la UCO, narcotráfico y delitos informáticos están trabajando en recabar toda la información. Solo puedo confirmarte que el interrogatorio será en la comisaría de Guadalajara.
—¿Te puedo pedir una cosa? —Asentí—. Lola no sabe que he venido a pedírtelo, no quiero que sepa que…
—No voy a decir nada, Rober, entiendo tu preocupación. Suéltalo ya.
—¿Podrías estar tú en el interrogatorio? Pedirte que seas tú quien lo lleve es difícil, pero estar allí presente seguro que tranquilizaría a Lola.
—Por supuesto. Haré lo posible por estar, he formado parte de la operación.
—Gracias. No te voy a decir más porque confío en tu profesionalidad, haz lo que tengas que hacer y no me cuentes nunca lo que consideres que me pueda hacer daño. Sé que va a tener que hablar de él.
—Le das más vueltas de las necesarias. Estaré allí y le brindaré toda la confianza que necesite.
Se levantó asintiendo. Tomó la chaqueta y se la puso. Seguía serio, muy serio.
—¿Me dirás algo si te enteras?
—Obviamente. Lola forma parte de la familia.
Volvió a asentir, miró al suelo y se dirigió a la puerta.
—¿Te puedo pedir una última cosa? —Asentí—. El día de la boda encadena a Lolito, no lo dejes escapar. Os merecéis vuestra propia historia de amor.
El interrogatorio se había fechado una semana después. Mi jefa informaría a su abogado, aun así, decidí llamar yo antes.
—¿Dígame?
—Lola, soy Reich.
—Sí, dime —su voz tembló de repente.
—Tranquila, no te agobies, solo llamo para decirte que la semana que viene será el interrogatorio. Te informará tu abogado con el día y la hora.
—¿Ya?, ¿tan pronto?
—Nos movemos en las fechas tipo. Estaré allí contigo.
Oí un suspiro.
—Pues aunque parezca tonto, me tranquiliza…
—Lo sé. Hasta ese momento, tranquila e intenta apuntarte las cosas más importantes, para no tener la mente saturada todo el rato con toda la información que crees indispensable.
—Vale, gracias. Gracias de verdad, Reich.
Me despedí de ella y volví al despacho a repasar un pequeño cargamento de pruebas que había mandado la Unidad Central Operativa. Por primera vez en mucho tiempo, habíamos conseguido organizarnos Guardia Civil y Policía Nacional, y había un trabajo inmenso detrás.
El día del interrogatorio, Adrien me hizo una visita para demostrarme su apoyo y controlar un poco cómo se estaba desarrollando todo.
Lola llegó media hora antes, estaba tranquila y segura, acompañada por un hombre trajeado. Sus ojos escaneaban el entorno, supuse que buscando alguna cara conocida. Por allí no había rastro de Roberto y me extrañó, conociéndolo, seguro que se había aislado en alguna zona escondida de la ciudad después de haberse metido kilómetros en la moto.
—Buenos días, Lola. Si quieres, podemos ir pasando. ¿Quieres un café?
—No, me alteraría y prefiero hacerlo lo más relajada posible, no quiero dejarme nada en el tintero.
—Te admiro, Lola —admití.
—Gracias, pero ¿por qué?
—Por la entereza que muestras, por tener que declarar contra tu exprometido, por superar cada uno de los palos que has recibido por culpa de sus acciones, por reponerte, por tu energía y tu principio de hacer justicia. No es fácil esta situación.
—Vaya, yo solo soy una persona normal, Reich. Vosotros tenéis mucho más mérito.
—¿Roberto?
—No lo sé, me dijo que no iba a venir, que no quería influir. —Se encogió de hombros.
La acompañé dentro de comisaría. Cogí unos papeles de mi despacho y anduvimos por los pasillos hasta la sala de interrogatorios. Allí nos esperaba la inspectora jefe con una carpeta marrón sobre la mesa.
—Buenos días, Dolores.
—Llámame Lola, por favor —medio suplicó y me miró buscando complicidad.
—Perfecto, Lola. Vamos a comenzar el interrogatorio en calidad de testigo, realizaremos preguntas sobre el caso y su vida personal con los implicados. Entendemos que alguna pueda resultar molesta o se sienta intimidada, pero rogamos su colaboración.
—Perfecto, no hay problema, contestaré todas las preguntas.
—Bien, pues comenzaremos de atrás a adelante en el tiempo. Cuando usted, el día dos de enero, vio a Marcos Torres, ¿cuánto tiempo hacía que no lo había visto o cuándo fue la última vez que había tenido contacto con él?
—Años, más de seis años. Hasta ese momento, estaba muerto. Así lo creí el día que supuestamente lo vi arder, el día que lo enterré y el resto de meses y años en los que lloré su muerte. Había tenido contacto con su hermano, pero nunca pensé… inimaginable.
—De su hermano hablaremos luego. Primero nos vamos a centrar en Marcos.
Las preguntas se fueron sucediendo una tras otra y Lola las contestó aportando más información de la que pedíamos. De esa manera confirmamos que había estado involucrado en tráfico de armas antes de que muriera por primera vez. El nombre de Unai salió a relucir, mi jefa apretó la mandíbula, se sentía culpable de haberlo tenido allí sin darnos cuenta. Lola aseguraba que nunca había tenido contacto con él, ni cuando era compañero de Marcos, quizá unas simples quedadas; hasta unos meses antes que apareció de sorpresa y parecía estar más interesado que nunca en mantener una relación más cercana.
—Coincidió con el momento en que yo me acercaba más a Roberto. Después, Marcos me confirmaría que adelantaron sus movimientos, básicamente, porque estaba celoso.
—Ya… Una vez ya en Málaga, ¿aparecieron por allí Unai o Ángel?
—No, nunca.
—Pasaste allí varios meses, ¿cómo se desarrollaban tus días allí?
—Aburridos. Bueno, al principio creí estar viviendo algo que no era real, y resultaba excitante. Después era el día de la marmota, no me dejaba salir, traía a gente con catálogos para que pidiera lo que me gustaba. Había mucho personal de servicio y muchos hombres trajeados, algunos con pinganillos. Todos portaban armas. Marcos no, no llevaba ninguna. Qué raro, nunca me llamó la atención…
—¿Llegaste a ver cargamento de armas o drogas?
—No. Marcos se despertaba pronto y siempre estaba metido en su despacho o fuera de la casa. —Inspiró antes de seguir y me miró con dudas—. Tuve una bronca muy fuerte con Marcos y temí por cuál sería mi futuro. Me negaba a ser un objeto o una carga para él, me pidió perdón y, básicamente, le vine a decir que le perdonaría o le apoyaría si me ponía al día con lo que tenía entre manos. Poseía varios negocios con planificación muy concreta, drogas y armas. Me pareció ver en uno de los papeles que un cargamento le nutriría con cinco millones de euros. Su idea era introducir las armas y demás en España y moverlas por Europa, ya tenía los contactos asegurados. No recuerdo los nombres de la gente implicada, perdonadme.
—¿Tomaste alguna decisión en sus negocios?
—No, ya me pareció un milagro que me lo contara, hasta ese momento no me había mencionado nada.
—¿Puso algo a tu nombre o te obligó a firmar algún papel?
—No he firmado nada, ni obligada ni voluntariamente. Que yo sepa, no hay nada a mi nombre.
—¿Por qué quisiste saber esa información? —me adelanté a preguntar.
—Porque creí que era mi baza para chantajearle. Si estaba condenada a él, podría sacar rédito amenazándole con irme de la lengua; si conseguía escapar, podría delatarlo. La información es poder.
—El día que se suicidó, habló contigo durante el paseo. ¿Qué te contó? ¿Te dio la sensación de que tenía un plan B?
—Me dio las explicaciones que necesitaba a nivel personal y, no, no tenía plan B; ya había decidido cuál era su camino. Dudo mucho que hubiera aguantado en una cárcel y se vio entre la espada y la pared, es más, creo que se sacrificó. Posiblemente podría haber huido, seguro que alguno de sus hombres le podían haber llevado lejos o escondido…
—¿Por quién o por qué cosa se pudo sacrificar?
—Su hermano…, su negocio… ¿Cuántos años va a estar en la cárcel? ¿Tenéis algo realmente contra él? Cuando salga, supongo que volverá a México o Chile o donde quisiera que estuviera en realidad y… como si aquí no hubiera pasado nada.
Las preguntas se siguieron sucediendo. La inspectora se centró en Roberto, intentando hilar los pasos de Marcos con los tiempos en su relación con mi amigo. Lola comenzó a ponerse muy nerviosa y no dejaba de darle vueltas al anillo de prometida y de tocarse un colgante con forma de trébol de cuatro hojas azul. No pude reprimir la sonrisa y sentí una punzada de orgullo. Un flashazo me recordó el día que decidí que sería su símbolo de la suerte; y ahí estaba su suerte, sufriendo por no decir algo que pudiera ponerlo a él en peligro.
El interrogatorio terminó casi a medio día, se hizo largo. Según salió de la sala, Lola se derrumbó. Me pidió ir a un lugar íntimo donde pudiera sentarse. La acompañé hasta mi despacho. Se sentó y lloró. Le temblaban las manos.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy soltando toda la tensión acumulada. —Sonrió con resignación.
—Lo has hecho muy bien, nos has dado más información de la que te pedíamos y será clave para la investigación.
—¿Sí? Gracias…
—¿Quieres que te acerque a casa? Aquí ya hemos terminado.
—No. ¿Podrías llamar a Roberto? Que venga a buscarme él, por favor.
—Por supuesto.
Saqué el móvil del bolsillo y busqué su número. Tardó en contestar.
—¿Algo que no me gustaría oír? —preguntó preocupado.
—Nada. Lo ha hecho extremadamente bien. Ven a buscarla, anda. Te necesita.
Lola me miró con complicidad y asintió levemente con la cabeza.
—Estoy en la puerta.
® Todos los derechos reservados