No me niegues lo evidente

Los primeros capítulos gratis.

La historia vivida por Ana y Álvaro:

No me niegues lo evidente

1

Maldigo el día que volví a verla.

Había pasado la friolera de catorce años. Catorce años. Catorce años sin verla, sin ver el brillo de sus ojos, su preciosa sonrisa, su humildad, su autenticidad. Sin sentir su suave piel entre mis dedos, su pequeño cuerpo bajo mis manos. Sin inspirar su dulce olor.

Durante ese tiempo tuve que digerir mis recuerdos para que no se me atragantaran cada vez que oía su nombre o veía a alguna chica de espaldas con la que podía guardar cierto parecido. ¿La idealicé? No. Sí. No sé. Todo lo que recordaba de ella y con ella era tan real y tan diferente a todo lo demás, a todas las demás. Ninguna conseguía crear recuerdos y momentos que quedaran por encima de los de Sara. Aprendí a vivir con ello. Me negaba a olvidar.

No me fue difícil tomar esa decisión y vestirme con esa nueva actitud. Ellas entrarían, pasarían, las haría disfrutar, disfrutaría y se irían. El día que llegase la indicada, lo sabría. Mientras tanto ella sería la única.

Cambié mi forma de ser, de actuar, de hablar. No podía ser el mismo. Odiaba a ese Álvaro. Me pinté de una fachada soberbia y altiva. Aprendí a utilizar la labia con unos y con otros. Era tan fácil convencer a la gente diciéndoles las palabras que querían oír junto a una sonrisa o un falso gesto empático. Me lo terminé creyendo. Y de esa forma, en la facultad, en la cafetería, conseguí crearme un grupo de amigos de clase social alta. Ropa cara, coches caros, móviles último modelo y vacaciones a todo tren en el extranjero. Me esforcé en sacar las mejores notas para mantener esa nueva posición. Mis padres estaban orgullosos.

Un viernes tras varias cervezas y unas partidas de mus en el bar de enfrente de la facultad, Félix, Manu y yo nos lanzamos a crear una empresa. Algo pequeño, una web de restaurantes caros en Madrid. Íbamos, probábamos la comida y escribíamos nuestra reseña. Con el paso de los meses la gente empezó a poner sus comentarios y ampliamos con restaurantes de otras localidades. Comenzamos a ganar dinero fresco con la publicidad y las comisiones. Tras esta llegaron más. Venta de coches, bares, discotecas en el centro de Madrid, páginas webs de venta al por mayor. Lo que más dinero daba a corto plazo eran las discotecas que habían conseguido una posición en la alta sociedad madrileña.

En esos momentos regentaba en solitario varias empresas. Pero el dinero contante y sonante provenía de las certeras inversiones en bolsa. En los dos aburridísimos años que duró el máster, dediqué todas las tardes a observar, leer, investigar y estudiar los movimientos en bolsa. Me había convertido en un bróker. Y, por qué no decirlo, de los buenos. Tuve suerte durante la crisis y supe capear las empresas inmobiliarias para invertir el dinero en las empresas online y en ciertos bancos que crecieron muy rápido cuando acabó la recesión. Ya formaba parte de esa élite que había sabido camelarme. Me había integrado y me la había fagocitado, ¿o fue al revés y ellos me habían fagocitado a mí? Me era indiferente, me sentía a gusto con ese nuevo Álvaro.

Y entonces creí verla, como en tantas ocasiones. Su estatura, su cuerpo, su pelo. Y me giré para evitar el atragantamiento, para no ponerle a esa chica una cara que no le correspondía. Venía parapetada tras Peter. Peter llegaba acompañado. Raro en él. Discreto con su vida personal no había traído nunca a una chica a un evento íntimo. En eso seguíamos siendo muy de Guadalajara, no entraba cualquiera a nuestro círculo de amigos.

—¡Hola! Qué pronto habéis empezado con los mojitos, ya ni esperáis a los forasteros. Os presento, ella es Sara, una amiga, había quedado a comer con ella y me ha parecido buena idea invitarla, si le parece bien al señor del cumpleaños.

Peter me abrazó. ¿Por qué me iba a parecer mal? Si él había decidido traerla, yo iba a ser el mejor anfitrión. «Espera, ¿ha dicho Sara?».

Antes de que Peter terminara su abrazo mi corazón se puso en alerta. Noté dos latidos fuertes y la nada. El brillo de sus ojos se borró de un plumazo cuando mi mirada se cruzó con la suya. La vi tragar saliva. Noté un hormigueo en los dedos de la mano y el corazón empezó a latir desbocado. Un nudo en la garganta me dificultaba hablar. Sara.

Fijé mis ojos en los suyos. Sara hablaba sin abrir la boca, siempre lo había hecho. Me odiaba. Sus ojos reflejaban odio. El Álvaro de catorce años atrás hizo presencia dentro de mí. Noté presión en el pecho y me odié como ella lo estaba haciendo. Tragué el nudo que se me había hecho en la garganta e intenté tragarme a mí mismo.

—Hola, Sara. Eres bienvenida, por supuesto.

Tenía que reflejar normalidad. Nadie debía darse cuenta. Me acerqué a darle dos besos. Me agaché lo justo, como siempre, para rozar mi cara con la suya mientras la agarraba suave por la cintura. Una chispa me abrasó en el estómago. Apreté la mandíbula para controlar las emociones que creía ya muertas.

Su piel reaccionó con mi tacto. Sus ojos pedían explicaciones. Con una sonrisa comenzó a saludar al resto de los que allí estábamos. Chica lista. Miré a Peter. Mierda. Él estaba enganchado. Sus ojos brillaban de esa forma especial. La seguía con la mirada. Sonreía. Mierda. Peter estaba enamorado. De Sara. Mi Sara.

—¿Dónde la conociste, bribón? —le pregunté a Peter sin quitarle el ojo a ella.

Se había hecho unos cuantos largos sin cansarse, no la recordaba tan deportista. Tenía buen cuerpo. Había adelgazado.

—En la comida de David y Helena, preferiste irte de hotel glamuroso con aquella, ¿cómo se llamaba?

—¿Marina? ¿O fue Tania? No me acuerdo. Pero fue un gran fin de semana —dije intentando recordarlo. Fue imposible, Sara lo ocupaba todo en ese momento.

Aproveché que ella salía de la piscina y se quedaba de pie mirando al infinito bajo el sol que reflejaba las gotas de agua en su cuerpo, para acercarme a ella. Apreté la mandíbula.

—Cuanto tiempo sin verte —dije serio y sin mirarla.

—Catorce años, para ser exactos —me escupió con rabia sin girar la cabeza.

—Me alegro de volver a verte. —Y era verdad—. Estás muy guapa. Mejoras con el tiempo, como el buen vino. —Sonreí involuntariamente.

Mi corazón iba a mil por hora. Me hubiera gustado abrazarla y pedirle perdón por aquello, pero el orgullo del nuevo Álvaro no me lo permitía.

—No tengo el gusto de decir lo mismo —dijo tajante.

Me giré y la miré fijamente.

—Sara, fue hace mucho. Lo nuestro se terminó sin más y los dos hemos seguido con nuestras vidas.

—Veo que no guardas el mismo recuerdo que yo. Parece que tu memoria ha preferido el «se terminó» en lugar del «lo terminé, salí corriendo y no volví a dar señales de vida». Porque, total, no hacía falta dar más explicaciones. Está claro que para uno fue mucho más fácil que para el otro.

—Sara, yo…

Peter se acercó y tuve que callarme. «Lo siento», quise haberle dicho. Cogí aire sutilmente.

—Parecéis lagartos buscando el sol. —Peter sonreía cual adolescente enamorado.

—Me he quedado fría en el agua sin movernos, así que he salido a caldearme un poco. —Se hizo un silencio incómodo—. Me voy a cambiar, no me gusta estar mojada.

Peter le ofreció subir a casa con sus llaves para cambiarse. Ella se sorprendió al saber que aún contaba con un juego de llaves de la casa.

—Sí, la confianza da asco. También le hemos guardado su habitación, por el momento. Aún tenemos la esperanza de que aparezca a las tantas de la noche con alguna mujer —dije entre risas.

—No seas exagerado, que nunca he hecho eso —se excusó Peter mirándola.

—Por eso aún tenemos la esperanza.

Sara cogió su mochila y se fue con paso seguro hacia mi casa. Peter la miraba embelesado.

—Una amiga… ¿eh? —Le di un codazo y volví a la piscina para intentar despejarme.

Por más largos que me hice no era capaz de sacar a Sara de mi cabeza, pero no a la Sara que acababa de ver, tan distinta a la de años atrás, sino a la Sara que se sentaba en mis piernas sonriendo, que me acariciaba el pelo con delicadeza. La Sara que rozaba su nariz con la mía. La Sara con la que perdí la virginidad, inexpertos los dos, un desastre del que nos quisimos olvidar en el momento, pero del que nos reiríamos días después. Tomé aire en la superficie y lo solté bajo el agua recordando el roce de su piel con la mía.

Media hora después aproveché que Peter hablaba con Mónica para subir a casa. Cogí las llaves disimuladamente y las apreté en mi mano. Estuve un rato esperando en la puerta sin saber si entrar o no. Cogí aire y lo expulsé fuerte. Metí la llave y entré.

—¿Sara?

¿En qué momento pensé que era buena idea estar con ella a solas?

—Ya salgo.

Esperé de pie en el salón con el estómago encogido. Salió con el pelo suelto y ondulado. Sonreí para mis adentros.

—Tardabas mucho y he decidido subir a ver si todo estaba bien.

—Todo está bien, gracias.

Su tono era frío y distante. Estaba llena de rencor. Respiré e intenté hablarle de forma suave. Temía su reacción.

—Tal vez deberíamos hablar.

—Yo no tengo nada que decir, tampoco tuve mucho que decir en su momento —me acuchilló.

—Lo siento. De verdad. Pero no te pienses que fuiste la única que lo pasó mal. —Me senté en el sofá—. Siéntate, anda. Vamos a hablar. ¿Tienes novio?

—Y eso ahora qué importa.

«Venga, Sara, confiesa, dime que es Peter y podré digerir mejor tu presencia».

—Bueno, yo no tengo novia y tal vez podríamos volver a conocernos —mentí.

«Venga, confiesa, me voy a consumir por dentro, necesito una excusa», pensé muy fuerte.

—Estás de broma. Tiene que ser una broma. Los dos hemos cambiado mucho, ya no soy la que conociste. Tú conseguiste que mi vida diera un giro de 180 grados, hasta cambió mi forma de ser. Gracias —dijo con un sarcasmo que me arañó en las entrañas.

Durante muchos meses pensé en cómo se sentiría ella, en cómo estaba superando que la dejara y me fuera de la noche a la mañana. Cada noche me iba a la cama con su recuerdo.

—Siéntate, anda —hice una pausa—. Mira, si Peter te ha traído a mi cumpleaños es o porque no eres solo una amiga o porque él no quiere que seas solo una amiga. Así que entiendo que nos tendremos que ver más veces y no sería de recibo estar tirantes, mejor dicho, que tú estés tirante conmigo constantemente y delante de Peter. ¿Podemos hablar esto como personas adultas?

—Tienes razón. Me estoy comportando como una auténtica cría —se sentó lo más lejos que pudo de mí, el rencor le atravesaba la mirada—, pero tienes que entender que esto no es fácil. Después de todo y tantos años sin saber de ti, aquí estás, hablándome como si no hubiera pasado nada y como si fuera una niña pequeña.

Sí, claro que pasó, pero no lo iba a reconocer.

—Lo sé, pero no podía volver.

—¿Para qué?, ¿verdad? Me dejaste, me olvidaste y a vivir.

Me levanté y fui a mi habitación. Era el momento de hacerle ver que nunca la olvidé.

—Piensas que me olvidé de ti… Quizá esto te pueda demostrar que no. —Dejé la alianza de plata encima del cristal de la mesa pequeña—. La has reconocido, ¿verdad? La puedes coger, si quieres, pero no te la lleves. —Esperé a que hiciera algún movimiento—. Hace exactamente catorce años que me la regalaste por mi cumpleaños. Recuerdo perfectamente cómo fue el momento: estabas nerviosa y decías que no me habías comprado nada porque eras muy mala para hacer regalos. Nos fuimos al McDonald’s a comer, ahora te llevaría a otro sitio, por aquel entonces no nos daba para más. Y mientras yo te contaba los planes para el fin de semana, sacaste del bolsillo un paquetito de papel de regalo color azul marino, me lo diste y te pusiste colorada. Lo abrí y me lo puse, estabas a punto de llorar de lo nerviosa que estabas. «Has dado con la talla, cariño» y me dijiste que habías tenido un buen informador para ello. —Por mi mente pasó aquel momento, su mirada vergonzosa, sus mejillas enrojecidas y su piel erizada. Me tragué el recuerdo y la miré seguro—. Este anillo ha hecho que muchas mujeres huyeran al descubrirlo o al saber la carga con la que venía.

Me pasé la mano por el pelo. Cerré los ojos. Su mirada viajaba del anillo a mí y viceversa. Cogí aire y me obligué a que el Álvaro de ahora se sobrepusiera al antiguo.

—¿Podemos zanjar nuestra tensión? ¿Crees que podremos comportarnos de una forma normal? —le supliqué.

Asintió. Creí ver que quería llorar el rencor que había acumulado durante años.

—¿Puedo darte un abrazo? —le pregunté.

Necesitaba sentirla de nuevo en aquella soledad, sin testigos. Un abrazo para partir de cero. La recogí entre mis brazos y su olor me embriagó. No olía igual, pero su piel seguía siendo igual de suave.

Sonó la cerradura de casa y Sara rompió nuestro abrazo con rapidez. Peter nos miraba analizando lo que acababa de ver.

—Tardabas mucho y como te habías llevado las llaves he tenido que pedírselas a Manu. También te estuve buscando a ti para que me las dejaras —me miró duramente—, pero no te encontraba. Supuse que estabas intentando ligarte a alguna.

—No es lo que parece —le dije con seriedad.

—Uy, amigo, ya sabes que esas frases nunca acaban con una explicación convincente. —Exigía explicaciones a Sara con la mirada—. Bueno, al menos ya veo que os estáis conociendo.

Es el momento. Ahora o nunca, y eso último sería una malísima decisión.

—No nos estábamos conociendo. Ya nos conocíamos.

—¿Ya os conocíais? —Hizo un mohín y puso cara de extrañeza.

—Peter —hice una pausa preparando en mi mente lo que iba a decir—, ella es Sara. —Lo miré fijamente.

—¿Qué Sara? ¿Tu Sara? —«Venga, Peter, sabes perfectamente qué Sara es». Lo miré fijamente y asentí—. Sara… —Su mirada se mostraba insegura.

La postura de ella cambió y se acercó a él. Lo cogió de la mano y lo miró a los ojos de esa forma… Hubo un tiempo en que esos ojos me miraban así a mí, aunque no con tanta intensidad. Noté una presión en el pecho. Se acercó a su cuello y hundió su nariz inspirando con delicadeza. Un cosquilleo recorrió mi cuerpo. No era envidia, ¿o sí? Peter la besó en el cuello.

—¡Lo sabía! Me lo he imaginado desde el momento en que habéis entrado a la piscina —dije mostrándome entusiasmado. ¿Lo estaba?

—No digas nada, es un secreto. O al menos aún no queremos hacerlo oficial. —¿Novios? ¿Oficial? Su mirada me suplicaba—. Tendremos que hablar, amigo.

¿Qué quería escuchar Peter en ese momento? El nuevo Álvaro apaleó al viejo y con una sonrisa y todo el orgullo que tenía le dije lo que los dos necesitaban escuchar.

—No hay nada de lo que hablar. Ni permisos que pedir ni rencores que guardar.

Peter se merecía a Sara, no les podía negar ni prohibir lo que había entre ellos. Y a Sara se lo debía.

—¡Anda!, el anillo. —Peter reparó en la alianza que aún estaba en la mesa.

Peter le contó a Sara lo que ese anillo significaba para mí. Me alegró que lo hiciera con esa naturalidad. Sara se merecía saber lo que ella había significado, y significaba, para mí.

Cogí el anillo y me fui a la habitación a guardarlo.

—Me bajo a la piscina con los demás. Supongo que tendréis que hablar, así que os dejo solos.

—No digas nada, por favor —me suplicó Peter.

—Yo no voy a decir nada, pero que os quedéis a solas ahora en el piso no creo que ayude a mantener vuestro secreto, aunque se hagan los locos, todos tendrán sus sospechas. En el cajón de mi mesilla hay una caja de condones, por si los necesitáis.

Cogí mis llaves. Les guiñé un ojo de forma pícara. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé en la pared. Catorce años sin ver a Sara y, de repente todo había cambiado, la tendría cerca cada vez que Peter así lo quisiera. Suspiré. Me agarré del pelo y tiré para hacerme reaccionar. Me froté la cara para borrar mis sentimientos por ella. Seguía tan guapa como siempre, tan inocente, tan real… ¡Mierda! Tocaba volver a luchar y aprender a vivir con la nueva situación. El nuevo Álvaro tendría que aplastar al viejo a base de orgullo y frialdad. Nadie, excepto nosotros tres, debía saber aquello. Tocaba actuar, representar el papel que había forjado a fuego durante una década.

Cuando llegué al grupo, mi fachada ya estaba renovada. Sonreí y me preparé un mojito.

—¿Dónde estabas? —me preguntó inquisitiva Mónica.

—Ligando con una, ¿tienes envidia? —Le acaricié el brazo con intención de ponerla nerviosa.

—No…

—¿Qué opinas de la amiga de Peter? —preguntó Manu—. Creo que es la chica de la foto de Roma.

No había caído en eso. Recordé aquella foto. En su momento creí ver a Sara en esa silueta de mujer, como tantas otras veces. Era ella. Otra vez esa presión en el pecho hizo aparición. Tragué saliva. ¡Qué difícil iba a ser aquello!

—Sí, creo que es ella. Tiene que ser ella. ¿Cuántas amigas le habéis conocido a Peter de las que haya, digamos, presumido?

—Ninguna. Le hemos conocido algún rollo y poco más. Es demasiado discreto.

—Eso mismo. Ni siquiera yo conozco todas sus conquistas. No dudo que las haya tenido, recuerdo una modelo morena, alta, guapa como ella sola. Sé que estuvieron un tiempo, pero no fue lo suficientemente serio como para traerla al grupo.

—¿No sabías nada de esto? —preguntó curiosa Lorena.

Negué con la cabeza. Sabía que algo pasaba en Guadalajara para que Peter se mudara allí con esa rapidez. Me imaginaba que era por alguna chica, pero como él no soltaba prenda, no le quise presionar. Quizá tendría que haberlo hecho.

—Entonces está claro, pero si él no la ha presentado como novia, tendremos que respetar eso. Nos hacemos los locos y vemos a dónde llega esto —apuntó Borja.

—Una lagarta que ha sabido camelárselo. Una amiga, ¿en serio? Interés, es interés —escupió Mónica.

Oí a Mónica pero no la escuché. Solo rumiaba los recuerdos para latigarme por no haber caído antes en aquella unión.

—A mí me ha parecido maja. Paciente, atenta, educada…

—Una don nadie. Estaba fuera de lugar, no hablaba porque no sabía qué decir. Le venimos grande.

—Mónica, deja de juzgar antes de conocer —la increpé.

No iba a dejar que insultara así a Sara. Ella no se parecía en nada a lo que Mónica describía. Al menos no era el recuerdo que yo tenía.

—El tema es que, si es la de Roma y la ha traído hoy a tu cumpleaños, es porque Peter tiene con ella intenciones serias y planes de futuro. Esperaremos a que nos informe al respecto. Mientras tanto, nos mantenemos calladitos —puntualizó Félix.

Lo miré y asentí.

Mi orgullo volvió a subir. Desde el principio me había convertido en el líder del grupo y pocos se atrevían a llevarme la contraria. De hecho, pocos se abrían y confesaban sus verdaderos pensamientos salvo Mónica, que no era capaz de callar, y Peter, que en nuestra complicidad y confianza se confesaba conmigo, y yo con él.

Poco después aparecían juntos de la mano. Sonreí, no supe si por los nervios o porque realmente me sentía feliz por ellos. Peter confirmó lo que todos pensábamos, Sara era su novia, y silbé y aplaudí para hacerles entender al resto que aceptábamos y apoyábamos la unión. Los invité a la cena que había reservado en un restaurante de alto nivel de Madrid. Aceptaron y entendí que aquello se repetiría en el futuro.

No me niegues lo evidente

2

Llegaron tarde al restaurante, algo muy característico de Sara. Nunca había conseguido ser puntual. En cambio, Peter era todo lo contrario, siempre llegaba antes y le molestaba que la gente fuera impuntual. Reí por dentro.

Dejé un hueco a mi lado para que se sentara allí, así estaría protegida por nosotros. Los comentarios de Mónica hacia ella no habían sido muy afables y el resto de chicas se estaba dejando convencer por ella.

—Mónica, podrías controlarte un poco, ¿no crees? Me temo que a Peter no le van a hacer mucha gracia tus comentarios —le susurré disimuladamente.

—No tengo nada que esconder, no pinta nada aquí y es algo que le puedo explicar fácilmente a Peter, puedo darle cientos de motivos y argumentos por los que no estar con esa. —Mi mirada la atravesó de tal forma que hasta su cuerpo se irguió aún más—. Aunque, es cierto que Peter no debería saber lo que opino sobre ella —moduló su voz—. Ya se dará cuenta él solito. —Se giró con un soberbio golpe de melena. Negué con la cabeza.

Entró de la mano de Peter con el pelo recogido en una coleta y un vestido que le quedaba de escándalo. Noté una descarga por mi cuerpo y una notable excitación. Me revolví en la silla.

Durante la cena la vi incómoda. Sus ojos oscilaban entre una brillante ilusión cuando miraba a Peter, una relajada resignación cuando hablaba conmigo y una real incomodidad cuando tenía que mantener la compostura con los demás. Yo sí había cambiado, pero ella seguía siendo la misma. Estaba convencido de que era la primera vez que estaba en un restaurante como ese. Y seguía siendo humilde y auténtica con poco o nada de orgullo.

Tras los postres se levantó y se fue al baño.

—Gracias por la invitación —me dijo Peter ocupando el sitio de Sara—. Y gracias por no decir quién es Sara.

—De nada, querido amigo, siempre es un placer. Y, por lo otro, no nos conviene a ninguno de los dos. Es mejor dejar esta información bien guardada y a salvo de los carroñeros —hice una pausa—. Vais en serio, ¿no?

—Sí. ¿Sabes eso que se siente por dentro que te dice que es ella? ¿Que necesitas tenerla cerca, tocarla, respirarla, mimarla y protegerla?

Claro que lo sabía. Lo tuve y lo perdí.

—Sí, sí lo sé, Peter.

Bebí de la copa de vino para recomponerme. Peter me miraba serio, intentando adivinar qué sentía yo ante Sara en ese momento. Finalmente asintió.

—Me parece genial, Peter, de verdad. Disfrútalo, te lo mereces.

Sonrió y asintió. Sara llegó a la mesa con la cara descompuesta y Peter se mostró preocupado y seguro ante ella. Tenían una conexión envidiable y realmente hacían buena pareja. Y yo tenía que convencerme de que lo mío con Sara fue un amor de adolescencia, que fue una ensoñación y que, intentando ser realistas, posiblemente no habría durado hasta la actualidad.

Poco después entrábamos todos en una discoteca cercana. Pedí un ron con cola. El mejor ron que tuvieran. La camarera, una morena que me ponía morritos, me echaba un ron que había sacado de debajo de la barra. Le guiñé un ojo y sonrió dejando ver sus intenciones. A mi lado, Sara limpiaba la boquilla de un botellín de cerveza y bebía a morro. Me reí.

—Vaya, ahora te das a la cerveza. Recuerdo que no te gustaba nada.

—Bueno, las cosas han cambiado bastante. —Me guiñó un ojo y el Álvaro actual sonrió orgulloso.

—Tú eras más de vodka con naranja.

Recordé un día que se puso tan borracha tras beber un litro de vodka con naranja, que me dijo que me quería. Al día siguiente no se acordaba de nada, pero yo sí.

—Sí, pero hace años que mi cuerpo no tolera el alcohol fuerte, además, supongo que luego me tocará conducir porque Peter está bebiendo. Yo con esta cerveza estoy más que servida.

—¿Sólo una? Pues sí que han cambiado las cosas. —Sara bebió a morro con una seguridad que no había tenido hasta ese momento—. ¿Te acuerdas de cuando hacíamos botellón en pleno diciembre en el parking? Hacía un frío horrible, pero no faltábamos a la cita. ¿Qué sabes de Héctor?

Me caía bien ese chico. Aquel día perdí a Sara y a más gente que realmente me aportaba cosas positivas.

—¿Héctor? Está muy bien. En su línea, sin novia y sin perspectivas de tenerla. —Sus ojos reflejaban admiración.

—Ah, ¿sigues hablando con él?

—Sí, claro. Es mi mejor amigo.

Sara miraba fijamente a Mónica que se contoneaba delante de Peter.

—Hay cosas que no han cambiado. Sigues sin saber ocultar tus pensamientos, tu cara sigue hablando por ti. No tienes nada por lo que preocuparte, Peter no está interesado en ella, ni lo ha estado nunca ni lo estará. No le he visto mirar nunca a ninguna chica como te mira a ti.

—No es eso, no dudo de él.

Me contó con confianza el numerito de Mónica en el baño. Al parecer le había dicho que ella no pertenecía a nuestro nivel y que Peter se cansaría pronto de ella, entre otras lindezas típicas de Mónica. Me gustó que confiara en mí. Que quisiera tener esa cercanía conmigo. Estaba claro que lo que tenía con Peter era mucho más fuerte que lo que nosotros tuvimos algún día, porque ella era capaz de dejarlo en el pasado para crear nuevos caminos.

—Sí, bueno, muy típico de ella. Te ve como una rival. Pero lo mejor es que no entres en el juego.

—¿Te das cuenta de que nos mira de reojo? ¿Crees que descubrirá quién soy?

—No, no se va a dar cuenta. Y si por algún casual algún día pregunta, lo negaré, la follaré duro y se olvidará del tema.

Me miró sorprendida y reí con altivez.

—No sería la primera vez. —Ni la segunda.

—¿Te apetece bailar? —me propuso.

¿Y tenerla cerca de nuevo?

—Por supuesto.

Tras varias canciones Peter y Mónica se acercaron a nosotros. Peter nunca había bailado con libertad, sus modales no se lo permitían. Reí al ver que Sara se contenía agarrada a él. Sonó una bachata y quise chulear de lo que había aprendido años antes en unas vacaciones en el caribe y había perfeccionado en una academia de Madrid.

—Caballero, ¿me permitiría bailar esta canción con su novia? Prometo no levantártela. —Sonreí.

Peter asintió.

—Señorita, ¿sería tan amable de concederme este baile?

Le tendí la mano. Dijo que sí y su mano se agarró a la mía. Un recuerdo de nosotros de años atrás pasó rápido por mi mente. Sacudí la cabeza para desecharlo. Coloqué mi mano izquierda en su espalda, la acerqué a mí. Nuestras manos se fundieron y las acerqué a nuestro pecho. Comencé a mecerla y ella respondía. En ese momento me olvidé de que cientos de ojos nos observaban. Sus caderas se movían con soltura y conocimiento junto a las mías. Noté que se me ponía dura. Madre mía. La giré, se dejó girar. Se separó, hizo un movimiento lascivo con sus caderas y sacudió su cabeza. La apreté contra mí y la volví a girar. Sus caderas seguían sabias el ritmo. Su pelo me rozaba la cara y su perfume dejaba una adictiva estela. Volví a acercarla a mí. Nos miramos. Nos movimos. Nos bailamos. Podíamos sentir el sexo. Podíamos olerlo. Sus ojos estaban encendidos y su cuerpo me pedía más. Mi cuerpo se lo daba. Acerqué mi boca a su cara. Apreté la mandíbula antes de cometer un error. Ella se dio cuenta y se puso de espaldas a mí. Puse mi mano en su tripa y su culo se movió de lado a lado junto a mi cadera. Mi erección deseaba que no hubiera ropa entre nosotros. Respiré profundo. Las últimas notas sonaron y ella se rindió bajo mis brazos jadeando.

—Vaya, no sabía que bailabas bachata —me dijo.

—Ni yo que bailabas tan bien. —¿Cuándo habría aprendido?

—¿Qué cara tiene Peter? ¿Se habrá molestado? Nos hemos pasado, teníamos que haber sido más comedidos —me preguntó preocupada.

—No creo, solo ha sido un baile. La que no tiene buena cara es Mónica, voy a tener que camelármela un poco —dije riendo intentando rebajar su preocupación. Pero lo cierto era que la cara de Peter no presagiaba buenas noticias.

Sara se fue con él y yo me dirigí a la barra, necesitaba cambiar de aires y volver a ser el Álvaro que pertenecía a la élite, el altivo, el prepotente. Apoyé los dos brazos en la barra y tamborileé con los dedos. No tardó en aparecer la camarera morena.

—¿Qué te pongo, guapo? —Directa.

—Esa es una pregunta un poco íntima, ¿no crees? —Puse media sonrisa de forma chulesca.

—No te lo creas tanto, pasan muchos como tú, y mejores que tú, por aquí. —Bebió de un vaso que tenía debajo de la barra.

—Serán burdas imitaciones. Te aseguro que no has conocido a nadie como yo. —Fijé mi mirada segura en la suya—. Dejo a tu elección el combinado, pero que sea de calidad.

Saqué un billete de 100 € y lo puse encima de la barra sin darle importancia. Miré hacia la pista. Sara no se despegaba de Peter. Volví a mirar a la camarera que preparaba un gin-tonic con tónica rosa y grosellas.

—Interesante… Ponte otro para ti. —Le guiñé un ojo—. Invita la casa.

Esperé a que se preparara el suyo. Me cobró y me devolvió dos billetes. Levanté la copa con la intención de brindar con ella.

—¿Sabes que dependiendo del sabor de cada persona este licor difiere de unos a otros? —me dijo mirando la copa.

—¿Me estás diciendo que este brebaje en mi boca sabe de una manera diferente a como sabe en la tuya?

Asintió y levantó una ceja con picardía. Reí.

—Qué osada, ¿no?

No le sentó bien porque me dio la espalda con un golpe de melena bastante cómico. Reí a carcajadas y volvió a mirarme, se acercó, se impulsó en la barra y, bien cerca de mí, dijo:

—Vete a la mierda, creído.

Le planté un beso con lengua que la dejó de piedra. El primer movimiento de mi lengua tuvo que asimilarlo, enseguida la suya se unió a la mía. Su boca sabía a una mezcla de dulzor y amargor.

—Si te vienes conmigo, te llevo a la mejor mierda de Madrid.

—Salgo a las seis.

Salió de la barra y me morreó con una pasión que me dieron ganas de romperle allí mismo las bragas. Por supuesto que la iba a esperar. Un clavo saca otro clavo. ¿O no?

Cuando Sara y Peter se fueron me acerqué a las chicas para tantearlas, pero no hablaban del tema. Mireia me miró con deseo, aunque intentó disimularlo. ¿Mireia? Bueno, podría valerme para jugar por un tiempo. Dentro de las chicas del grupo era la menos altiva y artificial. Le sonreí para dejar una pequeña marca. Esa noche no sería. Me acerqué en repetidas ocasiones a la barra para ir dejando dentelladas de mis intenciones a la camarera.

A las seis salimos a la puerta, les pedí que no me esperaran y les conté mi plan con la morena. Mónica me miró de arriba abajo.

—Disfrútalo.

—Esa es mi intención.

Pocos minutos después salía la camarera. La agarré de la mano y la giré sobre sí misma. Llevaba un vestido azul ajustado y corto. Le duraría poco. Paré un taxi y le di la dirección de un hotel de cinco estrellas. En el mostrador pedí una habitación superior con vistas. No era la primera vez que iba allí.

—¿Qué pasa, te crees el nuevo Christian Grey?

Arqueé una ceja y reí.

—Para nada. No me va el sado, pero si quieres te puedo follar duro.

Tiré de ella hacia mí y la besé con fuerza. Puse mi mano en su nuca y la apreté contra mi boca, gimió a la vez que su pierna comenzaba a rodear la mía. Me separé y puse media sonrisa. Una vez dentro de la habitación, le quité el vestido de un solo movimiento. Llevaba lencería rosa con transparencias. Noté mi erección al momento. Me desabrochó la camisa mientras la besaba con rencor y odio, un odio que comenzaba a expandirse por mi cuerpo. Antes de que me quitara el pantalón, saqué un preservativo y lo lancé a la cama. Con su dedo índice recorrió la vertical desde mi pecho hasta mi ombligo. Acarició mis oblicuos y se mordió el labio. Sonreí prepotente. Con delicadeza cogió mi erección entre sus manos. La miró. Me miró. Se agachó y se la metió en la boca. Cogí aire y lo solté cuando noté su lengua. Agarré su cabeza entre mis manos y la moví a mi antojo. Era buena, pero no lo suficiente. Me retiré, acerqué mi cuerpo al suyo y le hice retroceder hasta la cama. Reptó por ella hasta quedar todo su cuerpo dentro. Le quité las bragas y le abrí las piernas. Su mirada destelleaba deseo. Su vientre se encogió. Cogí el preservativo, lo saqué y me lo puse mientras la besaba. Me puse de rodillas. Dirigí mis dedos a su sexo y busqué la entrada. Me hundí en ella, estaba húmeda.

Por más empeño que ponía no era capaz de correrme. La cambié de posición en dos ocasiones, pero no había manera. Tampoco había bebido tanto. Poco me importó si ella había tenido algún orgasmo. Gemía y chillaba descontrolada, demasiado. Embotaba mis oídos y no me dejaba concentrarme. Entonces cerré los ojos y recordé mi baile con Sara. El cuerpo se me tensó y en dos embestidas me iba dentro de ella.

Cuando volví del baño me esperaba acurrucada en un lado de la cama. ¿No tenía pensado irse?

Me metí en la cama y me quedé boca arriba. Colocó su cabeza en mi pecho y oí cómo su respiración se relajaba. Me costó un mundo dormirme. El cabreo conmigo mismo martilleaba mi subconsciente. Ese odio que llevaba recorriéndome el cuerpo un rato se desató haciéndome entender el motivo. Tocaba, no solo olvidar a Sara, olvidarla de verdad, sino que me tocaba admitir que su presencia en mi vida jugaría otro papel. Y lo que era peor, acababa de correrme pensando en ella. Apreté fuerte los ojos. No podía fallar a Peter.

No me niegues lo evidente

3

Sonó mi teléfono. La morena seguía a mi lado, en la cama. No, no se había ido. ¿Cómo se llamaba? Ni siquiera se lo había preguntado. Me di repugnancia. Esas no eran las formas. Me pasé la mano por el pelo intentando medio peinarlo.

—¿Sí? —contesté desganado.

—Tengo que hablar contigo, me voy a consumir —suplicaba Peter al otro lado de la línea.

—¿Qué pasa, amigo? ¿Es sobre Sara? Ya te dije que no tienes que pedirme permiso. Lo nuestro fue hace muchísimo tiempo.

—No te voy a pedir permiso, pero necesito aclarar ciertas cosas. ¿Qué sentiste cuándo la viste?

Mi corazón tembló y golpeó con fuerza mi pecho.

—Pues me sorprendí.

—¿Qué tipo de sorpresa? ¿Te tocó la parte sentimental? ¿Sexual? ¿Las dos?

—Me tocó el recuerdo, Peter. El recuerdo. Yo no soy el que Sara conoció y ella, supongo, que tampoco tendrá mucho que ver con aquella Sara. Evidentemente me agradó verla. Sigue igual de guapa y sencilla.

Me mordí la lengua. Dar demasiada información sobre lo que pasaba por mi cabeza solo conseguiría preocupar más a Peter sin necesidad. Y no iba a decirle lo que había hecho horas antes pensando en ella.

Peter suspiró y mantuvo un silencio tenso.

—¿Dónde estás? Te invito a comer.

—Estoy en Madrid, en un hotel. —Me levanté y fui al baño. La camarera aún dormía, pero no me apetecía seguir hablando delante de ella—. Anoche acabé con una que no sé ni cómo se llama. —Oí un sonido poco conforme al otro lado del teléfono—. Sí, lo sé, no tengo que hacerlo así, pero surgió.

—Y esa es la consecuencia de que ayer te reencontraras con Sara. Necesitabas desquitarte como fuera con quien fuera. Te recojo a la una. Mándame la ubicación.

Colgó.

El Mercedes de Peter estaba en la puerta cuando salí con la morena a mi lado. Le di dos besos y le prometí volver a pasarme por la discoteca. Promesas que se pierden en el aire.

—¿Qué pasa tío? ¿Por qué tanta prisa o interés? ¿No has pasado la noche con Sara?

—Se podría decir que sí.

—Ya…

Los dos guardábamos información. Así iba a ser difícil hablar. Peter condujo hasta un restaurante que ya conocíamos de otras veces. Dio su nombre en la entrada y nos sentaron junto a una ventana.

—¿Quién empieza? Me imagino de qué quieres hablar… ¿Empiezo yo? —propuse. Peter asintió—. Has oído tanto hablar de Sara que tienes miedo de que siga enamorado de ella. No, no lo estoy —aclaré cuando vi que entrecerraba los ojos—. Pero sí me ha costado olvidarla. De hecho, creo que aún no lo he conseguido. Hay una especie de reminiscencia que reaparece a placer o cuando alguna guarda cierto parecido con ella. Cuando la vi me puse nervioso, está claro. Su actitud conmigo no fue receptiva ni afable. Así que por esa parte ya tienes mucho ganado. Cuando vi cómo me contestaba decidí que tendría que hablar con ella, al menos para aplacar los nervios. Tiene demasiado rencor dentro. Aunque creo que contigo parece desaparecer. Sara habla con los ojos, puedes saber lo que piensa sin que pronuncie una palabra. —Sonrió—. Veo que eso ya lo sabías.

—No me importa que habléis, está claro —me imitó—, pero el baile…, ¿qué pasó en el baile, Álvaro? Allí había algo más que dos personas moviendo el cuerpo al son de la música.

—No fue intencionado. No sabía que bailaba así y, para serte sincero, quería chulearme delante de ella. Pero entonces comenzó a bailar con esa soltura, tan bien, sabiendo lo que se hacía… Su olor, su piel, su cercanía… lo siento, yo creé esa situación.

—Te habrías acostado con ella…

—Si no hubiera estado contigo lo habría intentado, sí, pero está contigo. —Peter bufó disimuladamente—. Y no es solo que te respete, es que, además, ella no quiere. ¿Tú has visto cómo te mira, cómo os miráis? —Sonrió y asintió con los ojos brillantes—. Además, me gustaría informarte de que Sara me odia por la forma en que la dejé.

—¿La dejaste? ¿Qué pasó?

—Eso es para otro momento, no es información relevante ahora. Para tranquilizarte, nada más acabar el baile preguntó qué cara tenías y si estarías molesto.

—Eso está bien… ¿Lo volverías a intentar con ella?

—No. Lo nuestro acabó y no tiene segundas entregas. Lo que espero —me pasé la mano por el pelo—, es poder hacerme a la idea de que su papel en mi vida va a ser otro totalmente diferente. Tengo que aceptarlo y convivir con ello. Me gustaría mucho tenerla como confidente, conexión tenemos, no lo podemos negar, pero eso ya depende de ella.

—He visto cómo la miras…

—Ya te he dicho que hay reminiscencias. Intentaré controlarlas. De todas formas es guapa, atractiva, tiene una chispa especial, es normal que los hombres la miren, acostúmbrate a ello.

—¿Crees que ella…?

—No. Para nada —le corté—. No dudes de ella, no tienes motivos. Ahora, tenemos que tener cuidado con Mónica. Sara es demasiado inocente para ella. Presa fácil.

—Ya me di cuenta ayer.

—Tranquilo, no te voy a levantar a la chica —dije intentando poner un poco de humor. Rio—. ¿Cómo se ha tomado que seas un tipo rico?

—No lo sabe. —Abrí los ojos—. No quiero asustarla. Todo nuestro mundo le viene grande, lo repele. Estar anoche en la cena tuvo que ser difícil para ella.

—Pero cumplió.

—Como la que mejor. Mantuvo compostura y educación en todo momento. Estaba incómoda y supo disimularlo. —Frunció el ceño—. Sabe que tengo dinero: coche, billetes de avión, hoteles, restaurantes…; pero no se hace una idea de cuánto.

—¿Cuándo tienes pensado decírselo?

—Cuando me vaya a casar con ella. —Rio.

—Vaya, ¿has llegado a pensar en eso?

Tuve que tragarme un nudo muy gordo que se me había formado en la garganta.

—Desde el día que la conocí. —Se pasó la mano por el pelo de forma nerviosa—. Es ella, Álvaro. —Asentí, ¿qué otra cosa podía hacer? Parecía tenerlo tan seguro—. ¿Por qué no la había visto hasta ahora? Y teniendo a David como amigo común, ¿por qué no has sabido nada de ella en estos catorce años?

—Pues no lo sé. —Saqué el móvil y busqué en las redes sociales de David—. No tiene casi fotos. En esta aparecen algunos chicos. —Le enseñé la foto a Peter—. Este es Héctor…

¿Cómo no me había fijado en esa foto? Si la hubiera visto antes con detenimiento habría puesto mi cerebro a funcionar intentando buscarla.

—Ese es el grupo de amigos de Guadalajara —explicó Peter—. Nacho, Rubén, Raúl y Héctor —dijo señalando con el dedo—. Faltan las chicas, Sara, Ana y Helena.

Busqué en los perfiles de Helena. Tampoco había casi fotos.

—A Ana la conozco, ya eran amigas cuando estuvimos juntos. ¿Por qué nunca insistimos a Helena en conocer a sus amigas? —Se encogió de hombros—. ¿Qué sabes de su pasado?

—Poco, lo que me contó Ana por encima antes de empezar con Sara. Me habló de un primer amor con el que sufrió mucho, ahora ya sé que fuiste tú, y de otra relación tóxica, la calificó, de idas y venidas.

—¿Trabaja?

—Es correctora de textos, teletrabaja. Vive sola y tiene una vida muy sociable con sus amigos.

—¿Qué tal es en…? Bueno, ya sabes. Si no quieres no me cuentes nada.

Peter rio a carcajadas.

—No quiero dañarte, Álvaro. —Negué con la cabeza—. Es un huracán. En ese plano tiene toda la seguridad que en el resto no tiene. Maneja la situación a su antojo, no vacila ni un poquito. Me vuelve loco. Mi cuerpo reacciona al suyo con un solo roce. Es adictiva. Y muy activa. —Tengo que reconocerlo, me excité—. Eso me hace pensar que ha estado con muchos. Su seguridad… sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Sabe lo que quiero y cómo lo quiero. Eso sí, no es sexo por sexo. Hay amor. Ahora me he dado cuenta de que nunca antes había hecho el amor.

—¿Más tranquilo?

—Sí. Aun así, necesito pensar. Por tu parte ya sé lo que hay, pero ella… Necesito analizar toda la información y hacerme a la idea de que os voy a ver juntos más veces. Necesito estar seguro para protegerla.

Asentí.

—Vas a llamar a tu psicólogo…

—Sí. Sara no puede saber nada. —Su mirada se endureció.

—Si tienes pensado casarte con ella, se lo tendrás que decir en algún momento.

Rio.

No me niegues lo evidente

4

En las semanas siguientes me acosté con varias empleadas de mis empresas. La directora de contenidos de la empresa de diseño gráfico era rubia, alta, con pechos turgentes y un culo de escándalo. No me gustaba follar en los despachos, poco sofisticado, me gustaba marcar el lujo, pero haberla sacado delante de todos los empleados habría sido dar demasiados datos. Bajé las persianas y apagué la luz. Le subí la falda y la senté en la mesa. Ella ahogó sus gemidos en mi hombro para preservar nuestro encuentro, aunque sabía que se iría de la lengua.

Repetí con ella. En mi despacho y en el almacén.

Días después encontré a mi secretaria con mala cara.

—¿Todo bien?

—Sí, claro —contestó sin mirarme.

Me quedé mirándola pensativo. Intenté recordar si me había comentado algún problema o me había pedido algún día de asuntos propios que olvidé. Me miró fijamente, bufó por la nariz y volvió a fijar sus ojos en los papeles.

Me senté en mi escritorio dándole vueltas a eso que podría haber hecho y tanto la había cabreado. ¿Por qué no conseguía recordar nada? Con ella tenía un cuidado especial, lo sabía todo de mí, me llevaba la agenda y sabía hasta las citas que tenía, siempre que fueran en horario laboral.

Cuando a las once no me había traído el café, me empecé a preocupar seriamente. Llamé a recursos humanos.

—¿Podrías comprobar si Lidia ha disfrutado de todas las vacaciones tal y como las pidió o se produjo algún cambio que ella no había pedido?

—Claro, deme un momento, ya lo estoy buscando. —Se hizo un silencio incómodo—. No, todo está bien. Ha disfrutado de sus vacaciones y aún le quedan días.

—Vale, gracias.

Colgué y llamé a su número.

—Lidia, cuando puedas me traes el café, gracias.

La puerta se abrió con fuerza golpeando contra una estantería. Levanté la vista rápidamente. Lidia entraba con un café que se tambaleaba demasiado.

—Repito mi pregunta de antes, ¿todo bien? Te veo un poco alterada.

—Sí, todo bien —contestó cortante—. Tengo un mal día, ¿no puedo tener un mal día? Tú tienes muchos y te los aguanto.

Abrí los ojos de par en par. Aquella salida de tono no era normal en ella. Me levanté para intentar calmarla. Me acerqué a ella y le acaricié el brazo.

—Claro que puedes tener un mal día. Y si me necesitas como punching ball, aquí estoy. —Abrí los brazos y sonreí.

—¿Así es como lo haces?

Abrí las palmas de las manos pidiendo una explicación. Sus ojos reflejaban furia y deseo a partes iguales. Respiré hondo y reí al entender de qué iba aquel numerito.

—No, Lidia, no lo hago así. No sé qué te habrán contado, pero digan lo que digan, no es verdad —mentí sabiendo que mis escarceos eran la comidilla de las horas de café. No solo no me importaba, sino que hasta me gustaba—. Y, aunque así fuera, sabes de sobra que yo no mantengo relaciones con gente de la empresa.

Respiró hondo y su cuerpo pareció relajarse. Se dirigió a la puerta, me hizo un gesto de reverencia con la cabeza y cerró.

Nota mental: «no volver a tirarme a ninguna empleada, tienen la lengua demasiado desatada donde no deben».

Evitando todo lo que tuviera que ver con mi empresa, me acosté con varias camareras que ahogaban mis recuerdos en gin-tonics con sabores difíciles de digerir. No conseguía entender que esa bebida estuviera de moda.

No tuve vacaciones. Me dediqué a comprar un par de discotecas de moda. Eso me obligó a quedarme en Madrid firmando, revisando y modificando lo que no me gustaba. Para conseguir lo que quería, necesitaba darles ese aire de glamur que la alta sociedad exigía.

Peter estaba por Francia, Borja, Félix y Manu se habían ido de viaje a Marruecos. Mireia era la única que iba y venía viajando de festival en festival. Decidí escribirle.

 Nos han abandonado

Mireia:

 ¿Te sientes solo en casa?

 Demasiado silencio. Me pongo la tele, como los abuelillos, para escuchar algo de fondo. ¿Cómo llevas las vacaciones?

Mireia:

 Hasta la última quincena de agosto no las tengo. Los viernes me voy al festival que toque y los domingos vuelvo arrastrándome como puedo. Jajajaja.

 Hoy es martes… ¿Te apetece arrastrarte a mi nuevo local? Así podemos ver cómo funciona…

Mireia:

 Mándame ubicación. ¿O me recoges?

 Te recojo, bellísima dama. En una hora estoy en la puerta de tu casa.

Me contestó con un emoticono y me recosté en el sofá. Iba a ser fácil, demasiado para mi gusto.

Bajó con unos pantalones cortos vaqueros y una blusa amarilla. El pelo a medio recoger le caía de forma sensual por el cuello. Me excité. Me recoloqué en el asiento del coche. Me dio un pequeño beso en la mejilla. Dejó un rastro de perfume caro dulzón en el espacio que nos separaba.

Entramos al local. El protagonista era el blanco y lo complementaba la madera en tonos claros que habíamos elegido para las sillas y las mesas. Minimalista, elegante y moderno. Un bar destinado principalmente al afterwork, a los combinados y al copeo tranquilo. Ninguno de los trabajadores sabía quién era yo, por lo que me aproveché de ello para evaluarlos. Pedí dos combinados, los dejé a elección de la camarera. Una vez hechos me explicó que uno tenía un toque ácido de pomelo y el otro el dulce de la mandarina. Como base le había puesto vodka y le había añadido un poco de Sprite. Señaló que había otro ingrediente, pero era secreto. Por su sonrisa, su compostura y su eficacia se ganó una subida de sueldo. Mandé un mensaje a la de recursos humanos informándole de eso.

Mireia era sencilla. Me contó sus viajes, sus conciertos, sus visitas a la playa a las cinco de la mañana para bajar el colocón; esa vida rara durante tres días en una tienda de campaña y rodeada de gente dudosamente limpia y sana. Me hicieron gracia muchas de sus andanzas. Combinaba su relato con alguna broma o anécdota que a Mónica le habría puesto los pelos de punta, y así me lo hizo saber. Sus ojos brillaban. Su piel había cogido un sutil color canela. Un hormigueo recorrió mi estómago. Era sencilla, sensual, delicada y elegante.

—Vente conmigo este viernes. Tengo un hueco en el coche y un saco de sobra. Prometo no violarte y traerte entero el domingo.

—¿Quién te ha dicho que fuera a ser una violación? —Bebí de aquel cóctel de pomelo.

—¿Tú? —Me señaló—. ¿Y yo? —Rio sensual—. Venga, Álvaro, no te tires el pisto. Llevas mucho sin mojar y cualquiera te vale. Y yo no soy una cualquiera —especificó con un guiño de ojos.

Reí y moví la cabeza. Sí, Mireia tenía su punto. Maldito grupo de élite que separaba demasiado por sexos, si fuéramos más homogéneos habría descubierto antes a esta chica.

—No hace mucho que mojé, ya sabes cómo funciono. En verano en las empresas hay poca gente y muchas ganas de rozarse. —Reí con chulería.

—No me gustan los chicos que fardan de sus conquistas, Álvaro.

Asentí conforme. Con ella había que cambiar de táctica.

—Álvaro…

—Dime…

—Me gustaría saber bailar como vosotros —dijo con vergüenza.

—¿Cómo nosotros?

—Sara y tú.

—¿Bachata?

—Sí, como bailasteis el otro día. Se veía una conexión tan… tan… estrecha…

—Eso no se aprende de la noche a la mañana. Yo aprendí hace años y, supongo que Sara le habrá dedicado muchas horas, se podría decir que es una profesional. Los pasos fueron saliendo solos. Sería el momento…

—¿Me enseñas?

Me hice el interesante marcando una pausa. Claro que le iba a enseñar. No sabía si terminaríamos enrollados, pero así me aseguraba el roce.

—Vale. Te invito a cenar y nos pasamos después por una discoteca donde se baila y dan clases.

Se sonrojó y me resultó tan entrañable que solo quería irme a la cama con ella.

Cuando entramos en el local sonaba una bachata de Prince Royce que Mireia se sabía porque comenzó a tararear. La agarré de la mano, me la acerqué al pecho y puse la otra en su espalda. Ya habría tiempo de ir bajando. Mireia era alta, no como yo, pero sí más que Sara.

—Tienes que mover las caderas. Yo te llevo, yo te muevo. De momento con que cojas el ritmo con las caderas y marques los tiempos nos vale. Ya aprenderás a girar y a seducir.

La respiración de Mireia comenzó a agitarse cuando notó que la mano que tenía en su espalda bajaba hasta el bolsillo de su pantalón y la ayudaba con el movimiento de caderas. La apreté contra mí y nuestras bocas se juntaron. Mi nariz rozaba su mejilla. La separé. La cogí de la mano, la giré y bailé a su alrededor. Su pecho se hinchaba con cada respiración. Volví a pegarla a mi cuerpo y la besé. Y me besó. Sus manos subieron por mi pecho hasta llegar a mi nuca. Dirigió mi cabeza a su antojo. Quería manejar la situación.

—Así no va haber forma de que aprendas —dije entre sus labios.

—Tienes razón. —Se separó, se alisó la blusa y respiró—. Venga, volvamos a empezar.

Me tendió las manos y las volví a colocar. Sonreí. Ya había sembrado la semillita, ahora solo habría que regarla a poquitos para verla crecer.

Dos horas después, y tras bailar de todo menos bachata entre besos robados, caricias e indirectas, la invité a subir a casa.

—No, Álvaro. No creo que deba subir —dijo con media sonrisa.

—No tiene por qué cambiar nada entre nosotros.

—Pero sabes que cambiará. Si tenemos que llegar a eso y a que yo suba o tú vengas, esperaremos a que el tiempo lo decida.

—Vale. Ya sabes dónde vivo y lo que hago tooooodooos los días de este intrépido verano.

—Llévame a casa, anda.

Nos despedimos con un beso. Salió del coche y me reí. Esa chica no era nada tonta. Claro que quería acostarse conmigo, pero si caía la primera noche sería todo demasiado fácil y yo me aburriría enseguida. Me estaba retando.

Dos días después la invité al spa de un hotel de Gran Vía. Estábamos solos, no había más gente a nuestro alrededor y no tuvimos que escondernos, tampoco era mi intención, aprovechando los recovecos de las diferentes piscinas y las burbujas, podía desplegar mis encantos carnales.

—Álvaro, no lo voy a hacer aquí… —suspiró entre jadeos.

Había colado mi mano por debajo de la parte de arriba de su bikini y aprisionaba su cuerpo entre la pared y mi cuerpo.

—Nadie nos mira, Mireia… —modulé la voz antes de morderle el labio.

Mi otra mano recorría con suavidad su vientre y jugaba con la goma de las bragas. Cambié de dirección y recorrí su espalda colando mi mano por debajo de la tela. Acaricié su culo despacio y busqué la entrada de su vagina a la vez que mi lengua se juntaba con la suya. Gimió en mi boca cuando me notó dentro y sonreí satisfecho.

—Te sientes poderoso…

—Por supuesto, ahora mismo te tengo a mi merced. Si paro me pedirás más, y si sigo también me pedirás más —contesté con prepotencia.

—Pues dame más, lo necesito.

Llevé su mano a mi entrepierna y la moví a mi antojo. Al momento me di cuenta que aquel no era lugar para llegar al éxtasis y se la retiré llevándola a su sexo para que ella acompañara mis movimientos. Echó la cabeza hacia atrás y exhaló todo el placer que se creaba en su cuerpo de una manera muy pudorosa.

Sonreí con prepotencia a la vez que mordisqueaba su oreja.

Y, aunque mi intención era la que era, no acabamos en ninguna habitación.

Lo había conseguido, necesitaba tener con ella algo más. Los mensajes de buenos días y buenas noches se convirtieron en rutina. Incluso le hablaba de situaciones que nunca antes hubiera pensado contárselas a Mireia. La necesidad de recibir un mensaje con su respuesta empezaba a ser preocupante. Decidí aceptar su propuesta de irme a un festival de esos. El viernes a las tres estaba en la puerta esperándome con su BMW serie 1. Íbamos solos. Sus amigos saldrían más tarde de Madrid.

Una vez allí, cuando bajamos a comprar comida, le arrebaté las llaves. La cargué en mi hombro mientras ella gritaba que la bajara y me la llevé al primer hotel que vi. La bajé en la entrada, el de recepción me miró mal, después la miró a ella. Mireia sonrió y el tipo se relajó. Pedí una habitación superior. La cogí de la mano y tiré de ella con suavidad y seguridad.

—No pienso follarte en una tienda de campaña.

La subí a pulso a horcajadas y le mordí el labio. Asintió entre jadeos. Colé mis manos por debajo de sus pantalones mientras la cargaba hasta la habitación. Tensó sus piernas y dio un gritito.

Cuando entramos la tiré encima de la cama sin entretenerme. Me desnudé y la desnudé. Se mordió el dedo índice y abrió sus piernas exigiéndome. Busqué un preservativo en la cartera y lo dejé al lado de su cabeza en el momento en que me puse sobre ella sin llegar a soltar mi peso. Mordí su labio y arqueó la espalda exigiendo más. Recorrí con mi lengua su piel trazando peligrosos círculos en sus pechos. Quise jugar con ella, excitarla hasta que me suplicara más. Mostrarle lo suficiente para crear adicción en ella.

—Dios, Álvaro…

Llegué a su entrepierna y alzó su cadera conocedora de lo que iba a pasar. Se mordió el labio sin quitar su visión de mis movimientos. Coló sus dedos entre mi pelo y no lo demoré más. Mi lengua la hizo gemir con el primer roce. Llegué a creer que no aguantaría mucho, pero respiró hondo y acompasó sus jadeos con su respiración. Me entretuve mientras temblaba entre mis manos. Sin dejar que llegara al éxtasis, me puse el preservativo y entré con delicadeza. Su cadera volvió a exigirme más y aceleré el ritmo.

—Eso es, disfruta… —jadeé.

Probamos diferentes posturas, ella sentada encima de mí era en la que mejor encajábamos. También en esa situación era delicada y elegante. Desprendía morbo.

—Acaríciame la espalda.

Paseé mis manos por ella apretando lo justo y gimió.

Se agarró a mi cuello justo en el momento en que gritaba en mi hombro. Yo tardé más en terminar.

No me niegues lo evidente

5

Durante las siguientes semanas nuestros encuentros se intensificaron, ella seguía viajando los fines de semana y nos veíamos entre semana. Improvisamos en diferentes hoteles. Una tarde me sorprendió a las cinco en la puerta de la oficina. Me obligó a montar en su coche y me llevó a un pueblo de la sierra con piscinas naturales. Cenamos en un restaurante de nivel ubicado en las orillas del río. Cuando cayó la noche, paseamos por las calles de un pueblo cercano en el que no había un alma en pena. Agarrada de mi mano movía el otro brazo con ligereza mientras me contaba las andanzas de su último festival en una playa del Levante.

Llegaron todos de sus respectivas vacaciones y quedamos en una terraza de Madrid.

Mireia:

 Ni qué decir tiene que estos no pueden saber nada de lo nuestro, básicamente porque no hay nada nuestro.

 ¿Lo que hemos tenido lo consideras nada?

Mireia:

 Para nada. Pero han sido encuentros íntimos y esporádicos.

 Entonces, vienen todos y se acaban nuestros encuentros esporádicos…

Mireia:

 No me gustaría que eso sucediera. Aunque tiene que pasar más tiempo para que se dé un encuentro delante de estos o, al menos, me dé tiempo a dejarlo caer.

 Me dejas atado de pies y manos, Mireia…

Mireia:

 Por favoooooorrrr.

Bloqueé el móvil y terminé de vestirme.

Cuando llegué al piso de arriba, pagué la consumición y entré en la terraza. Los vi en el fondo, pegados a la cristalera en una mesa baja.

—De Madrid al cielo —dijo una Mónica morenísima.

—Te queda bien el moreno, ¿te has echado crema? —pregunté soberbio.

—Sí, papá —contestó poniendo los ojos en blanco. Reí.

Fui saludando uno a uno.

—Peter, querido —dije imitando a su madre. Me dio un fuerte abrazo—. ¿Cómo ha ido ese súper viaje?

—Único —contestó pletórico.

—¿Qué tal ella?

—Única. —Sus ojos brillaban—. Es sencilla, humilde…

—Auténtica —le corté.

—Sí, esa es la palabra. Y la amo. —Chocamos los cinco—. ¿Sabes que es una crack jugando al póker?

—¿De verdad? —pregunté sorprendido—. ¿Sara? Si no sabe mentir…

—Pues se quitó a cinco de en medio sin despeinarse.

—Y a ti se te puso dura.

Rio.

Y a mí me dio envidia. Esta nueva Sara era diferente a la anterior, una versión mejorada.

—El sábado barbacoa en mi casa, todos —dijo David sonriendo—. Ya tocaba…

—¿Todos? ¿Qué todos? —preguntó Mónica con altivez.

—Todos, vosotros y mis amigos de allí. Todos.

—Mmm, genial —dijo sin entusiasmo alguno—, vamos a mezclarnos con la plebe.

—Mónica, controla tus impulsos, a lo mejor tienes mucho que envidiarles —dijo Peter sin dejarle replicar a David.

Reí al ver la cara de Mónica. Esa no se la esperaba.

—Claro, como estará tu churri…

—Mi novia, Mónica. Mi novia.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me tenía que acostumbrar a esa situación lo antes posible o lo pasaría realmente mal. Miré a Mireia y le dediqué una sonrisa disimulada.

Acabamos a las mil en una discoteca cercana. Mireia y yo tuvimos un encuentro en los baños que limpió todo resto de Sara de mi cabeza. Me sentí orgulloso.

No me niegues lo evidente

6

La comida en la casa de David me tenía en una taquicardia continua. En primer lugar, porque volvería a ver a Sara y a Peter juntos, algo que no se había vuelto a repetir desde nuestro reencuentro. ¿Seguirían mirándose igual? ¿Seguiríamos manteniendo esa confianza que habíamos tenido el día de mi cumpleaños? En segundo lugar, sería la primera vez que viera a Héctor en años, ¿cuán leal le era a Sara? ¿Sabría mantener nuestro secreto alejado de las aves carroñeras? No le recordaba como un tipo vengativo y rencoroso y, si seguía queriendo lo mejor para Sara, sabría disimular y guardar la información con la que contaba. Por otro lado, estaba la incombustible Ana. Nunca tuve una estrecha relación con ella, era tan… intensa, que me agotaba. Ella era para Sara y Sara para ella. Y mientras no me exigiera demasiado era capaz de soportarla el tiempo que pasaba junto a los amigos de Sara. Había aprendido a no entrar en discusiones con ella porque nunca llegaban a buen puerto, terminaba hablando rápido y levantando la voz intentando así llevar una razón en la que los demás perdíamos interés.

—Buf, qué pereza. No quisiera darle la razón a Mónica —me dije en voz alta antes de descolgar la llamada entrante—. ¿Sí, Mari?

—Hola, querido, ¿qué tal estás?

—Bien, Mari, trabajando mucho, no he tenido tiempo de pasarme a veros, lo siento.

—No te disculpes, hijo, no te llamo para reprocharte eso, te llamo para preguntarte por Peter.

—¿Peter? ¿Qué le pasa? —pregunté despreocupado pues bien sabía cuáles eran las intenciones de Mari.

—No te hagas el sueco y cuéntame qué pasa. Ha dejado Madrid para irse a Guadalajara, sé que hace unos meses se fue a Italia y que acaba de venir de un viaje por la Costa Azul. ¿Quién es ella? ¿La conoces?

¿Que si la conocía? Más de lo que nadie sabía. Respiré hondo y me tragué al antiguo Álvaro para que no saliera cuando menos se le necesitaba.

—Sí, Mari, vino a mi cumpleaños, solo la he visto esa vez.

—¿Y? —me cortó.

—Bien, muy bien de hecho, Mari. —Apreté la mandíbula.

—Cuéntame todo lo que sepas.

—Mari, ¿no debería de ser Peter quien lo hiciera?

—¿Tú crees que el reservado y estirado inglés de mi hijo me va a contar algo?

—Vale —acepté—. Ella se llama Sara. Tiene nuestra edad, es amiga de David. Es de Guadalajara, por eso Peter ha decidido cambiar de ciudad, supongo que su intención es estar cerca de ella.

—¿Es maja? ¿Es una interesada?

—Tranquila, Mari. Es una chica simpática, sabe mantener la compostura, estuvimos en mi restaurante favorito cenando y superó la prueba con creces.

—Bien —apuntó con alegría.

—Pero lo más importante no es eso… —hice una pausa sabiendo que lo que iba a decir era la aceptación definitiva de lo que había—. Se aman, Mari, se aman. Se miran de esa forma… los dos. Peter está loco por ella, sus expectativas vuelan alto, muy alto.

—Y ¿las expectativas de ella?

—Eso no lo sé, no se lo he preguntado, pero si quieres le puedo hacer un interrogatorio cuando coincida con ella. —Reí al ver imposible esa conversación.

—¿Es una aprovechada que viene a por el dinero?

—No, por lo poco que he visto es algo que no solo no le interesa, sino que le asusta. Además, Peter aún no le ha dicho todo lo que tiene.

—¿Crees que es ella? ¿La definitiva?

—Mari, hablas de definitiva como si Peter te llevara a casa una nueva cada semana.

—No seas tonto, ya sabes a qué me refiero —dijo poniendo voz de súplica.

—Yo creo que sí, Mari. Están hechos el uno para el otro.

—Vale… Tendremos que esperar a que se decida a presentarla —hizo una pausa tensa que no corté—. ¿Y tú, cariño, cuándo llegará la definitiva?

Reí y negué con la cabeza. Mari aún tenía esperanzas conmigo, esperanzas que yo mismo no solo había perdido, sino que ni me molestaba en tener.

—¿Quién sabe? No es algo que me preocupe. La vida es corta, Mari, no puedo estar perdiendo el tiempo en buscarla.

—La vida es corta, pero no la acabes solo —me regañó.

Mari era para mí una segunda madre, casi la primera. Y yo para ella era su segundo hijo, el que no tenía modales ingleses, el que no era reservado ni comedido. El que sabía manejar las situaciones más controvertidas con las palabras justas, la soberbia necesaria y la mirada adecuada. Pero el que, en las distancias cortas, era cariñoso, cercano y cotilla a partes iguales. No había mejor confidente y mejor delator que yo. Y eso Mari lo sabía. Yo guardaba sus secretos, nuestros secretos, y los de Peter, evidentemente, pero con ella se me escapan pequeñas perlas que saciaban su necesidad de saber para controlar las situaciones cuando fuera necesario.

—Siempre te tendré a ti, Mari —la camelé.

—Eso no lo dudes nunca, a nosotros y a Peter, pero nosotros no podemos estar en tu cama. —Rio escandalosamente.

—Por suerte, imagínate la escena. —Reímos los dos—. Te juro que serás la primera en saberlo cuando ella llegue.

—No esperaba menos. Cuídate, cariño, y si necesitas desconectar este verano, ya sabes dónde estamos.

—Gracias, Mari.

Colgué y suspiré. Tal vez debería hacer una escapada a Londres y recordar los años que allí pasé en los que pensaba que un suspiro lo borraría todo del mapa. Tal vez debería recorrer aquellas calles por las que paseé el recuerdo de Sara más vivo que nunca. Quizá debería hacer una visita al psicólogo de Peter, a nuestro psicólogo, para que me diera las claves o las pautas de cómo asimilar mi nuevo papel en la vida de Sara.

¿Tendría que llamar a Mari pronto para decirle que Mireia era la definitiva? ¿Era la definitiva? No, claro que no lo era. Ella y yo no nos mirábamos como Sara y Peter. Ni siquiera lo sabían nuestros amigos, ella me mantenía en la sombra para ver cómo reaccionarían los demás y saber si su elección, yo, era la correcta. Tampoco había pensado en el futuro ni había visualizado lo que seríamos dentro de un mes. No, no era la definitiva.

Cerré los ojos y me sujeté el cuello con las manos. Suspiré fuerte y me obligué a pensar en Mireia como una posible pareja. A base de forzar el cerebro crearía la actuación correcta.

(4 valoraciones de lectores)
  • Uhhh alvarito alvarito prometia desde el principio... este libro era tan preciso que no podia no ser escrito.
    y la... leer más verdad que ha quedado maravilloso

    ♥️ Desde luego, no puedes leer la trilogía DEJATE LLEVAR y no querer leer este libro con mucha ansia… porque a ver quién es la lista que acaba esos tres libros y no está deseosa de conocer a Álvaro… imposible…

    ✍️ Fátima no te defrauda una vez más, con su pluma y el cariño que pone al escribir los libros es imposible no querer leer todo lo q escriba, me suscribo, a todo, incluso la lista de la compra.

    ♥️ Conocer todo lo sucedido en la trilogía desde la perspectiva de los dos protagonistas me ha encantado, pero su historia… ¡¡¡Ohhh madre mía!!! Eso son palabras mayores…

    🔥 Álvaro apuntaba maneras desde el principio, pero conocer todas las facetas que tiene ocultas bajo esa personalidad arrolladora es maravilloso.

    💜 Y ella… bueno que decir, es un personaje que cautiva desde el principio, su forma de ser, la forma de cuidar de sus amigos, me parece una persona sencillamente genial.

    💖 Una historia maravillosa, llena de sentimientos, de amor, de familia, de amistad, la situación de ellos no es fácil y se podría pensar que no es justa, ni para ellos, ni para el resto de personas de sus vidas, y la forma genial de narrar de Fátima te hace empatiza con todos ellos al instante.

    ❤️ La evolución de los personajes a lo largo de las novelas es algo que me encanta, y Fátima siempre lo consigue, aunque al principio puedas pensar que son personas adultas con una personalidad firme y establecida, la vida siempre te hace cambiar, los acontecimientos te hacen cambiar, tus decisiones te hacen cambiar, y ella consigue que eso se refleje en todos sus personajes.

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    No me niegues lo evidente
    thumbMaría
    abril 12, 2022
  • Es simplemente genial, te mantiene con dudas hasta el final, así que hay un leerlo rápido. Enhorabuena Fatima 🥰🥰🥰🥰

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    No me niegues lo evidente
    thumbMiren Jayo
    octubre 21, 2021
  • No me niegues lo evidente
    100% recomendable si te gusta la novela romántica- erótica 😍😍😍
    Llegó a mis manos el... leer más miércoles por la tarde y ya me la he leído 🤦🏻🤦🏻🤦🏻 y es que una vez que empiezas estás deseando encontrar un ratillo para seguir la lectura, es puro vicio☺️
    Y en cuanto al contenido, si queréis averiguar la historia de estos dos Jóvenes Alcarreños ( Álvaro y Ana) solo tenéis que poneros manos a la obra y empezar su lectura, seguro que no os va a defraudar 😄 eso sí, si no habéis leído los otros tres libros anteriores
    1.Dejate llevar
    2.Dejate llevar sin miedo
    3.Dejate llevar para Siempre
    Os recomiendo que lo hagáis primero, porque en este libro se desvelan secretos de los anteriores y seguro que os pasa como a mí que os vais a querer leer todos. Yo desde hoy ya la voy a empezar a pedir el siguiente y es que me encanta como escribe.

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    No me niegues lo evidente
    thumbBea
    octubre 16, 2021
  • Álvaro arrasa por donde pasa. Ya lo hizo en la trilogía anterior y en este, su propio libro, no podía... leer más hacer otra cosa.
    He de confesar que, junto al gentleman de Peter, este chico también robó un poquito de mi corazón. Además de que, en mi caso, necesitaba conocer su versión de la historia para entender mejor ciertas cosas...
    Huelga decir que me ha encantado esta historia del cazador cazado y que su pareja está a la altura. No podía ser cualquiera. Y Ana cumple ese rol con creces.
    Eso sí, he de advertir que no comparto para nada el modo en que su historia comenzó.
    El que avisa no es traidor y tampoco puedo negar lo evidente: quedarías enamoradas de esta historia

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    No me niegues lo evidente
    thumbLaurelleeyescribe
    octubre 30, 2021
No me niegues lo evidente - Fátima Corral

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