Unai
No dejaba de pasear por la habitación, de lado a lado y de punta a punta.
—No tenías que haberla dejado ir, Marcos —verbalicé tras varios minutos.
—Confío en ella. Además, no tenía más opción. La he cagado mucho en las últimas semanas —musitó sin dejar de recorrer el lugar.
—No digo que no puedas fiarte de ella, aunque últimamente no estabais en vuestro mejor momento.
—La última semana sí, ha habido algo más de acercamiento —confirmó.
—¿Entonces por qué estás tan nervioso? —indagué.
—Tengo un mal presentimiento… —Se paró, se acercó al móvil y me miró fijamente a través de la pantalla—. ¿No hay movimientos?, ¿no sabes nada?
—Nada, por aquí todo está tranquilo. ¿Miko?
—Ha controlado los posicionamientos de todos los que tenemos pinchados y nada. Algunos están en la base y… el innombrable está en su casa. Realmente creo que no saben que Lola va para allá.
—Si hubiera algún operativo, lo sabría, y más de esa calaña, Marcos. Ya sabes cómo funcionan estas cosas, allí habrá mucha gente y no puedes entrar y poner en peligro a tanto civil.
Se giró y volvió a centrarse en sus pensamientos. Su móvil sonó, era Lola. Dejó caer los hombros a modo de relajación.
—Está allí y no hay indicios de nada. Está nerviosa, pero se fía de nuestros hombres. No tengo nada de lo que dudar.
Me limité a asentir con un ligero movimiento de cabeza.
—Entonces no tienes de qué preocuparte.
—Llámame si hay movimiento, ¿vale?
Asentí. Colgué la llamada y salí del despacho con la excusa de ir a por un café con el objetivo de ver si todo estaba en su sitio. La realidad era que allí nada había cambiado respecto a otros días. Un ambiente medio hostil y aburrido. De vez en cuando entraba algún civil exaltado del que se encargaban otros compañeros.
En mi vuelta hacia el despacho, me crucé con un compañero que me entretuvo con quejas repetitivas sobre la carga burocrática. Le corté como pude con el pretexto de haber dejado una investigación a medias.
Fui matando las horas con videoresúmenes de partidos de fútbol. La pantalla del móvil que usaba con Marcos se encendió y ese mal presentimiento que él había tenido me llegó de lleno. Un solo mensaje:
Dorado apagado.
Se me heló la sangre. Ese era el mensaje que nunca tendría que haber recibido. Todo había acabado. El móvil dejó de funcionar, fue apagado por control remoto y, seguramente, borraron todos los datos. En esos momentos me encontraba ciego. Desconocía si habían descubierto mi implicación, por lo que lo más inteligente fue quedarme allí sin hacerme notar. Guardé el móvil en un bolsillo oculto de la mochila y respiré hondo con la esperanza de irme a casa en cuanto fuera mi hora.
Los minutos pasaban y por allí no pasaba nadie, no se oía ruido ni barullo. ¿Quizá no habíamos sido nosotros y había sido la Guardia Civil la encargada de esa operación? ¿En qué habíamos fallado para dejarnos al descubierto? Lo bueno de la burocracia era que tardarían en comunicar a la Policía Nacional lo que había sucedido. Si conseguía llegar a casa, recogería lo básico y tomaría el primer avión a algún país europeo. De ahí volaría a México. Estaba todo pensado, allí nos estarían esperando para darnos cobertura.
Ya estaba recogiendo cuando la puerta se abrió de golpe. Cerré los ojos e inspiré.
—¡Quieto! Las manos donde pueda verlas, no realices ningún movimiento extraño. Quedas detenido —gritó un compañero de paisano con el que me había cruzado alguna que otra vez.
Acaté la orden, pero conformé en mi cara una sonrisa socarrona, no se lo iba a poner fácil.
—¿Y el motivo de mi detención?
Mi compañero me puso las esposas y me sacó sin informarme de mi despacho. Recorrimos el pasillo hasta entrar en la sala de interrogatorios.
—Siéntate ahí.
—¿Cuál es el motivo de mi detención?
—Dínoslo tú, que todo lo sabes.
Reí con sarcasmo rompiendo el silencio de la sala. Al poco la puerta de abrió y apareció un hombre trajeado. «De puta madre, asuntos internos…».
—Soy el Inspector Luque, de asuntos internos, vamos a proceder a leerle sus derechos.
—¿Me vas a hablar de usted? —Me recosté sobre la silla dejándola a dos patas.
—Tiene derecho a guardar silencio no declarando si no quiere, a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o a manifestar que solo declarará ante el juez.
Volví a reír.
—Me sé cuáles son mis derechos, ¿me los vas a leer uno por uno? Te podías ahorrar el tiempo y dejarme llamar a mi abogado. Esta noche duermo en casa.
—Tiene derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable.
—Ajá…
—Tiene derecho…
—Sí, a un abogado y, sí, lo tengo, no quiero uno de oficio. Vendrá, no hay problema, cuando me dejéis llamarlo…
Asintió y prosiguió:
—Tiene derecho a acceder a los elementos de las actuaciones que sean esenciales para impugnar la legalidad de la detención o privación de libertad.
—De esto hablamos más tarde, porque habéis abusado un poquito del lugar en el que estamos. Yo no me he mostrado contrario o violento y estoy esposado…
—Tiene derecho a comunicarse telefónicamente con un tercero de su elección. Esta comunicación se celebrará en presencias de un funcio…
—Solo quiero llamar a mi abogado y me estáis retrasando en el proceso…
—Tiene derecho a ser reconocido por el médico…
—Estoy como una rosa, nadie me tiene que valorar —le corté. Respondió con un soplido y continuó con la retahíla.
—Tiene derecho a solicitar asistencia jurídica gratuita.
—Bla, bla, bla. ¿Puedo llamar ya?
—Sí. Traedle el teléfono.
Marqué el número que nos habíamos aprendido todos de memoria, el abogado era uno de los mejores de España en temas como el nuestro; como ya había dicho, confiaba en estar fuera esa misma noche.
Tardó una hora en llegar. Sin mediar palabra nos reunimos en una sala fuera de los mirones y cotillas.
—La verdad es que la situación es bastante negativa. La Guardia Civil ha entrado en la casa y ha detenido a todos menos a Marcos. Le ha dado tiempo a coger la moto y salir. Ahora mismo le he perdido la pista, Miko también. Se ha deshecho del teléfono. Por el momento, no hay motivos para pensar que le haya sucedido algo.
—Es inteligente, tendrá preparada una escapatoria —alegué—. Ha sido ella la que ha destapado todo, ¿verdad?
—Creemos que sí, todo comenzó cuando Lola se perdió en el concierto, o los nuestros la perdieron. Marcos estalló en cólera y, a partir de ahí, no dio tiempo a mucho más. Quemó algunos papeles, nada más.
—¿Ángel?
—Detenido. En Málaga. Seamos sinceros, tú estás en la mejor posición, no estabas allí y puedo maquillar tu implicación un poco más.
—¿Esta noche duermo en casa?
—Me temo que no. De aquí pasarás a disposición judicial, porque ahora no vas a decir ni una sola palabra.
—Ya lo sé, no soy tonto —bramé cabreado.
—Lo sé, por eso vas a actuar con mucha inteligencia. Hay mucho trabajo detrás, hasta que consigan hilarlo todo y determinar los delitos, pueden pasar años. Estarás en preventiva y serán años que restas del total.
Me levanté y di un golpe a la pared.
—¡Joder!
—Asúmelo, te han pillado. Intentaré echar por tierra la detención, aunque, obviamente, ellos también son listos y han seguido todos los pasos rigurosamente. Hace tiempo que deben de saber que el topo eres tú. De hecho, Miko está que se tira de los pelos, no entiende cómo han conseguido ser tan invisibles.
Media hora después salimos de la sala. Mi humor era negro, me comía la rabia, y la ira me salía por los poros. Solo quería liarme a hostias con todos.
La noche pasó lenta y fría, tan fría como la comida, estaba seguro de que la habían dejado así apropósito, era un auténtico apestado. Comencé a mentalizarme con el tiempo que pasaría en la cárcel, debía ser fuerte y trabajar en la estrategia a seguir allí. Lo mejor sería ganarme a los cabecillas y tener negocios de los que luego tuvieran que depender.
Me senté en el suelo y pensé en Marcos, allí encerrado seguía ciego, no podía ayudarlo. Ojalá hubiera podido escapar y que ya se encontrara en otro país.
A media mañana, me trajeron una bandeja con algo de verdura y carne. La encargada fue Raquel. Me miró con seriedad.
—Te pensabas que ibas a poder jugar con nosotros. Es una pena que un compañero nos infravalore así. De momento, hoy te quedas aquí, en cuanto nos den el aviso, te meteremos entre rejas, y… tú ya sabes cómo va esto, poli corrupto en una cárcel repleta de delincuentes…
—Zorra —escupí entre dientes.
—Espero que tu temporada a la sombra dure lo máximo posible.
—Saldré de aquí, saldré, lo sabes. No cumpliré condena al completo y en pocos años lo retomaré con más fuerza porque, ¿sabes? Esto solo ha sido un ensayo. La próxima vez ni nos veréis.
Me miró con asco y emprendió el camino de vuelta. A medio camino volvió la cara y me dijo con asco:
—Marcos ha muerto.
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